Pawkar Raymi: vivenciar en las comunidades

El Pawkar Raymi o Carnaval como popularmente hoy se le conoce (impuesto por la colonia a las practicas propias de las comunidades), especialmente en las provincias centro - sur, en los últimos tiempos ha ido perdiendo vivencia comunitaria. Se ha reducido y se ha limitado a las grandes concentraciones populares, conciertos de música nacional, desfiles y comparsas parroquiales y cantonales, que no ayudan mucho a mantener viva la cultura comunitaria de la Nación Puruhá.

Es notorio y visible, la gente ha perdido el contacto y la relación con la comunidad, la familia y la naturaleza. Los eventos masivos han conducido a la población a ser meros espectadores, pasivos y sin ninguna participación activa.

Estas y otras razones han motivado para compartir una experiencia acumulada como resultado de una vivencia junto a los padres, abuelos y los pocos taitas que aún quedan en la comunidad. Esto sirvirá para entender con mayor profundidad la importancia de volver a vivencias nuestras practicas comunitarias que en mucho de los casos se ha fusionado en la llamada fiesta del carnaval occidental. Sin embargo, si nos detenemos a analizar esta vivencia propia comunitaria tiene mucha relación con los tiempos y del Pawkar Raymi.

En la comunidad esta fiesta se vivía con mucha intensidad y significación. Los taitas, las mamas, los guambras y los comuneros, preparaban todo lo necesario con semanas de antelación, buscaban los personajes, los trajes, los instrumentos y los cánticos. En la comunidad de Puesetús Grande, de la parroquia Flores, la mayoría quería representar al Wirakucha. Un personaje que utilizaba el sombrero, cintillos de colores, el zamarro, la makana y el acial. Este último como símbolo de poder y fuerza para los posibles combates y peligros que se presentaren.

Previos al inicio del recorrido, se organizaban en grupos de dos, tres, cuatro o más personas, realizaban una ruta, afinaban el rondín, el rondador, el pingullo y el tambor. Habían los experimentados, los más antiguos, que según cuentan los abuelos dominaban los cánticos, los versos, la poesía y más de 24 tonos en los instrumentos.

Llegaba el día más esperado, el momento de vivenciar de casa en casa, la hora de visitar a la familia, al compadre y a los vecinos de la comunidad. Los Wirakuchas ingresaban saludando con canticos y bailes, como símbolo de respeto y consideración. Una vez adentro, se producía la vivencia, el intercambio de cánticos, aparecían los alimentos, las bebidas y la atención con chicha, el kuchi kara (el cuero de chancho), el cuy y las papas. No faltaba más, estos eran momentos oportunos donde los jóvenes aprovechaban para enamorar a las chicas, con sus cánticos, bailes y la entonación de instrumentos. Para luego, finalmente hacer la retirada con agradecimiento por atención brindada.

La fiesta no paraba ahí, el recorrido recién había iniciado y la ruta estaba trazada. Los Wirakuchas se llenaban de energía, cantaban a los lugares, a los peligros, a las chacras, a la noche y al día. Así continuaban en la larga lista de visitas que les esperaban por algunos días más.

Hasta aquí llega el relato de una experiencia, donde se visibiliza una gran riqueza cultural, que está amenazada, al igual que en la gran mayoría de las comunidades, por el aparecimiento de las concentraciones masivas y de elementos culturales ajenos a lo comunitario y vivencial.

Es necesario entonces, entrar en un proceso de revitalización, apropiación y retorno a las prácticas culturales propias, para mantener esa la relación del runa con el ayllu, la comunidad y la naturaleza. Será la única alternativa para conservar la cultura viva, que se han mantenido y se ha reproducido históricamente a través de la tradición oral.

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